Bioeconomía y transiciones hacia la sostenibilidad

Resumen (es):

Aunque la riqueza mundial ha aumentado considerablemente en los últimos años, también se han hecho más dramáticos algunos desafíos ambientales que amenazan el bienestar humano, como el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad. Como si fuera poco, la pandemia de la COVID19 ha generado una crisis social y económica sin precedentes, que además de estar interrelacionada con los desafíos ambientales arriba mencionados, ha agudizado problemas sociales como la pobreza y la desigualdad. Estas crisis nos obligan a replantear el enfoque y comprensión del desarrollo, de manera que se plantee una trayectoria de desarrollo más verde, resiliente e inclusiva (Banco Mundial, 2021).

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Bioeconomía, Sostenibilidad, Transiciones (es)

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https://doi.org/10.21068/26193124.1119

Bioeconomía y transiciones hacia la sostenibilidad

Nathalia M.V. Flórez-Zapata1, Mario Andrés Murcia López1, Leidy Paola Arce Castellanos1, Manuela Montoya Castrillón1, Jefrey Johan Cordero Ariza1, Andrés Ricardo Santamaría Bueno1, Brian Amaya Guzmán1, Carlos Alberto Cortés Gutiérrez1, Mabel Tatiana Rojas Rueda1, Rocío Juliana Acuña Posada1, Juan Sebastián Valle Parra1, Juan Pablo Heredia Martín1


La bioeconomía como respuesta a los retos de sostenibilidad actuales

Aunque la riqueza mundial ha aumentado considerablemente en los últimos años, también se han hecho más dramáticos algunos desafíos ambientales que amenazan el bienestar humano, como el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad. Como si fuera poco, la pandemia de la COVID19 ha generado una crisis social y económica sin precedentes, que además de estar interrelacionada con los desafíos ambientales arriba mencionados, ha agudizado problemas sociales como la pobreza y la desigualdad. Estas crisis nos obligan a replantear el enfoque y comprensión del desarrollo, de manera que se plantee una trayectoria de desarrollo más verde, resiliente e inclusiva (Banco Mundial, 2021).

La invitación a replantear la relación entre el crecimiento económico, la naturaleza y el bienestar humano no es nueva. Hace ya varias décadas, el deterioro del medio ambiente y los recursos naturales que se observó como consecuencia del crecimiento económico acelerado posterior a la Segunda Guerra Mundial, motivó que la Organización de Naciones Unidas (ONU) en la Asamblea General de 1983, fundara la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, con la cual se pretendía crear una comunidad internacional unida por objetivos de sostenibilidad compartidos. Como resultado de este proceso de construcción participativo, en 1987, esta Comisión presentó el informe “Nuestro futuro común”, también conocido como el Informe Brundtland en el cual es generalmente aceptado que aparece formalizado por primera vez el concepto de desarrollo sostenible.

En el Informe Brundtland, se plantea que el desarrollo sostenible es aquel que satisface las necesidades del presente sin comprometer las necesidades de las futuras generaciones, lo cual implica que el concepto de sostenibilidad además de tener un claro componente ecológico (capacidad del planeta de sostener las actividades humanas), también reconoce un énfasis en el contexto social y económico. Este marco conceptual fue el empleado nuevamente en un esfuerzo de construcción conjunta mediante el cual se adoptaron en 2015 los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), a través de los cuales se hace un llamado a proteger el planeta y garantizar que todas las personas gocen de bienestar y prosperidad para 2030, por lo cual, muchas veces para referirse a estos, se utiliza la expresión Agenda 2030.

Si bien los ODS se han convertido en un lenguaje común para todos los sectores y un marco de referencia en temas de sostenibilidad a nivel mundial, estos deben ser vistos como un conjunto interrelacionado de forma sistémica y no como una lista de objetivos aislados. Una de las formas mejor aceptadas de cómo deben ser vistos fue propuesta por el Stockholm Resilience Center (Rockström & Sukhdev, 2016), quienes utilizaron una analogía de “pastel de bodas” (Figura 1) para representar su agrupación en tres niveles: un primer nivel que se soporta en aquellos relacionados con la conservación de la biósfera, un segundo nivel que soporta el sistema social y por último la interacción de estos dos, que constituye el último nivel y soporta el sistema económico. Dado lo anterior, podría plantearse que para conseguir una trayectoria de desarrollo más verde, resiliente e inclusiva es necesario trabajar en cada uno los niveles de la sostenibilidad (ambiental, social y económico) y no escogerlos de forma individual y desconectada de cada nivel.

El seguimiento al cumplimiento de los ODS, se realiza a través de la evaluación de diferentes metas en los que fueron acotados. Como resultado de dicha evaluación, se observa que los cambios deseados no están sucediendo al ritmo que deberían. Por ejemplo, en América Latina y el Caribe no sólo se evidencia un avance modesto en las metas trazadas, sino que incluso como consecuencia de la pandemia por la COVID19 se observa un retroceso en varios de ellos (CODS, 2020). Por lo anterior, se reconoce que el 2020 marcó el inicio de la “década de acción”, en la que se hace un llamado a acciones más ambiciosas que deben movilizar a diferentes actores y sectores, y dinamizar la generación de ideas que se traduzcan en soluciones (DNP, 2020).
Sin embargo, vale la pena mencionar que acelerar o enfatizar en el cumplimiento de los ODS parece no ser suficiente. En el reporte “Transformation is feasible” publicado por el Club de Roma, se analizaron cuatro escenarios de cómo alcanzar los ODS y sus posibles efectos sobre los límites planetarios, los cuales garantizan el correcto funcionamiento del sistema terrestre (Figura 1). En un escenario en el que todo siga como hasta ahora, el estado de los límites planetarios se situará aún más en la zona de alto riesgo, con el límite de la integridad de la biosfera totalmente excedido; esto generará consecuencias perjudiciales o incluso catas tróficas para gran parte del territorio mundial. Si el mundo acelera el crecimiento económico (segundo escenario), esto dará más fondos que pueden mejorar un poco el éxito de los ODS en las naciones, pero también empeorará las condiciones de alto riesgo para muchos límites planetarios. En un tercer escenario, en el que se realice un mayor es fuerzo por alcanzar los ODS mediante la intensificación de las políticas convencionales hasta 2050, el éxito en el cumplimiento de los ODS será mejor que en los dos escenarios anteriores, pero no lo suficiente como para mantenernos en la zona de bajo riesgo en lo que respecta a los límites planetarios. El único escenario que, según el informe, permitirá alcanzar la mayoría de los objetivos para 2030 es el que se basa en un cambio transformacional que debe comenzar ahora (Club de Roma, 2018).

Uno de los cambios transformacionales necesarios para sobrellevar la crisis planetaria actual es migrar de un modelo económico basado en los recursos fósiles a uno basado en la utilización de recursos biogénicos renovables a través de los cuales pueden obtenerse bienes y servicios necesarios para diversos sectores de la economía como materiales, energía, fibras, alimentos, entre otros. Lo anterior, debe estar acompañado de acciones claras que generen retornos a la conservación y al bienestar de los socioecosistemas. Frecuentemente, el término bioeconomía ha sido utilizado para referirse a este marco de política económica, desde el Instituto se entiende que debe ex presarse como una bioeconomía sostenible.


Figura 1. Conexiones entre bioeconomía y sostenibilidad.
La bioeconomía se propone como una ruta para conseguir cambios y transformaciones para que las actividades económicas se enmarquen en los límites planetarios (propuestos por Rockström et al., 2009). Adicionalmente, la bioeconomía se ha asociado a la sostenibilidad desde sus relaciones con los ODS (Rodríguez et al., 2017), en sus diferentes niveles y conexiones.

Diversas narrativas en torno a la bioeconomía

A pesar de que el llamado al cambio en el sistema económico es urgente, se reconoce que este no ocurrirá de un día para el otro, sino que se deberá surtir un periodo de transición, para el cual muchos gobiernos han diseñado políticas y estrategias que les permitan impulsar el desarrollo de la bioeconomía. A pesar de que el término bioeconomía es cada vez más frecuente en la agenda política de muchos países, no existe una única definición adoptada. Dado lo anterior, es pertinente recapitular algunas de las discusiones que se han dado al respecto, puesto que se pueden presentar variaciones en la percepción misma de sostenibilidad con la que el concepto se relaciona (Figura 2).

Alrededor de 1970, Georgescu Roegen utilizó el término bioeconomía para referirse a una perspectiva ecológica de la economía en la que se plantea que las actividades económicas deben ser compatibles con la biosfera, considerando los límites planetarios de producción de materia y energía, de manera que se ahorren al máximo las reservas finitas, como las de los recursos fósiles, los cuales deberían ser utilizados únicamente para satisfacer las necesidades más urgentes (Vivien et al., 2019).

Bajo esta visión, la sostenibilidad de la bioeconomía estaría más relacionada con la capacidad del sistema terrestre de mantener su productividad. Posteriormente, el avance en el conocimiento biológico y el desarrollo tecnológico llevaron a que se definiera la bioeconomía como un conjunto de actividades económicas relacionadas con la invención, el desarrollo, la producción y la utilización de productos y procesos biológicos (OECD, 2009). Este hecho llevó a que se configurara una segunda visión de bioeconomía, enmarcada en la “Economía del Conocimiento”, en la que la investigación y la innovación tecnológica se convierten en una vía para la generación de valor y riqueza. El desarrollo de la biotecnología industrial se convirtió entonces en un pilar fundamental de esta segunda visión (Bugge et al., 2016; Vivien et al., 2019), ya que la biotecnología permite generar procesos eficientes, económicamente rentables y compatibles con el cuidado del medio ambiente (Gavrilescu & Christi, 2005), por lo que se propone que una economía basada en la biotecnología “es igualmente sostenible”.

Una tercera narrativa de bioeconomía, ha sido propuesta desde los recursos biogénicos, y ha sido definida como una economía basada en la biomasa (biorecursos), puesto que esta es usada como insumo para la producción de bienes y servicios (e.g. energía, materiales, alimentos), proponiendo a la biomasa como un sustituto a los recursos fósiles. Esta última visión también está apoyada en el desarrollo científico y tecnológico, que ha permitido nuevas rutas de aprovechamiento de la biomasa, como por ejemplo a través de biorrefinerías (Bugge et al., 2016; Vivien et al., 2019). Por tanto, la sostenibilidad ambiental de esta bioeconomía, estaría enmarcada principalmente en los impactos positivos que la sustitución de los combustibles fósiles puede tener en la descarbonización de la economía.

En Colombia, la Misión Internacional de Sabios (2019), decidió adoptar la definición de bioeconomía propuesta por el Global Bioeconomy Summit, que la define como la producción, utilización y conservación de los recursos biogénicos, incluyendo los conocimientos, la ciencia, la tecnología y la innovación relacionados, para proporcionar información, productos, procesos y servicios en todos los sectores económicos, con el propósito de avanzar hacia una economía sostenible (GBS, 2018). Para los participantes de esta Misión, la bioeconomía además “constituye el marco conceptual y político, así como el soporte del desarrollo socioeconómico sostenible de Colombia con enfoque territorial” (Misión Internacional de Sabios, 2019).

De la revisión conceptual anterior, y desde una visión bioecológica, en esta publicación se propone integrar ejes conceptuales para el desarrollo de la bioeconomía basada en la biodiversidad en Colombia (Figura 2):

• Los recursos biogénicos son el punto de partida para el desarrollo de una bioeconomía.
• El conocimiento y desarrollo tecnológico (e.g. biotecnología), permite que los recursos biogénicos sean transformados y gestionados eficientemente para obtener productos y servicios de valor agregado, por lo cual se enmarca en una economía del conocimiento.
• Como economía sostenible, debe generar competitividad y desarrollo económico, sin perder de vista que también debe generar bienestar social y ser compatible con la integridad y cuidado de la biosfera.
• La bioeconomía tiene un enfoque territorial, lo cual significa que deben considerarse las potencialidades y heterogeneidades que pueden existir a nivel biológico cultural, social y de infraestructura en cada territorio para transitar exitosamente hacia el modelo de desarrollo que propende.
• La bioeconomía se relaciona con múltiples sectores (e.g. farmacéutico, agroalimentario, manufacturero, etc.), lo cual implica que, para impulsar su desarrollo, es necesario que se articulen diferentes actores y haya un seguimiento inter y transdisciplinar.

Es importante mencionar que, si bien la expectativa es que la bioeconomía se configure como una economía sostenible, se ha cuestionado que hasta el momento el énfasis de sostenibilidad ha estado principalmente vinculado a la sostenibilidad ambiental, dejando un poco de lado la perspectiva social y económica (Sanz-Hernández et al., 2019: Biber Freudenberger et al., 2020). En consecuencia, además de objetivos medioambientales como la descarbonización, la bioeconomía debe contemplar metas asociadas al desarrollo económico como la creación de nuevos empleos, productos y mercados; así como objetivos políticos como la reducción de la dependencia de algunos países por recursos y productos transformados (Klavins & Obuka, 2018).


Figura 2. Narrativas en torno a la bioeconomía
El término bioeconomía ha sido utilizado de diferentes formas, lo que ha hecho que existan varias definiciones y planteamientos en torno a esta. Un recuento de las narrativas propuestas por Vivien et al. (2019) y Bugge et al. (2016), nos puede llevar a pensar los elementos fundamentales para la construcción de una bioeconomía sostenible.

Una bioeconomía sostenible debe ser vista desde y para las regiones

Considerando que los recursos biogénicos son el punto de partida para el desarrollo de la bioeconomía es indiscutible que esta debe pensarse a nivel regional, dado que allí es donde se encuentra la oferta de dichos recursos. Para Colombia, esto constituye un gran reto dada la heterogeneidad que presentan las diferentes regiones del país no sólo en términos de su oferta biológica, sino también en sus capacidades de ciencia, tecnología, innovación, infraestructura y acceso a mercados, ya sea por circuitos cortos o largos (exportaciones) de comercialización, entre otros.

Sumado a lo anterior, según Ortega-Pacheco et al. (2018), en muchos países tropicales en desarrollo hay varios factores tanto tecnológicos como no tecnológicos y económicos que pueden obstaculizar el desarrollo de nuevas bioindustrias, tales como insuficientes conocimientos técnicos y capacidad de absorción para producir tecnologías innovadoras a nivel local, insuficiente poder adquisitivo para comprar productos de alto valor agregado e insuficiente tamaño del mercado para justificar las unidades de producción locales. De esta manera, la configuración de la bioeconomía a nivel regional deberá tener en cuenta, no sólo las contribuciones al PIB (Producto Inter- no Bruto), sino también sus impactos a la generación de empleo, la deforestación, la pérdida de biodiversidad, el desarrollo de los sectores industrial y de servicios biobasados, así como en la autosuficiencia y resiliencia de las comunidades rurales (Ortega-Pacheco et al., 2018). De esta manera, es importante la creación de sistemas de medición en cuentas nacionales ambientales, que permitan rastrear y generar datos constantes, sobre el comportamiento de las mencionadas en relación a una bioeconomía de la biodiversidad. Es indispensable pensar entonces en el diseño de estrategias de bioeconomía a nivel regional, que consideren las particularidades de cada territorio, para que a partir de un análisis de su entorno, fortalezas, capacidades y debilidades puedan encontrarse factores diferenciadores que permitan reconocer en la biodiversidad un activo estratégico para el desarrollo de negocios biobasados y nuevas bioindustrias, que permitan alcanzar la competitividad territorial bajo criterios de sostenibilidad, que se traduzca en bienestar social y retornos positivos a la naturaleza.

La ciencia, la tecnología y la innovación son fundamentales para impulsar el desarrollo de la bioeconomía

Mejorar la productividad, inducir el crecimiento económico y justificar grandes cambios conceptuales y estructurales en los sistemas productivos, sólo es posible si existen nuevas invenciones e innovaciones. Por lo tanto, la investigación, el desarrollo tecnológico y la innovación (I+D+i) desempeñan un papel protagónico en el avance de la bioeconomía. La I+D+i debería permitir mejorar la eficiencia y competitividad de la bioeconomía, logrando que esta se expanda de forma sostenible a nivel mundial. Lo anterior implica que es primordial pro- mover los esfuerzos de I+D+i multidisciplinar, que integre conocimientos científicos de varias disciplinas, de manera que se establezca una bioeconomía basada en el conocimiento (Sillanpää & Ncibi, 2017).

Para Colombia, al igual que otros países de América Latina y el Caribe, la intensificación de la I+D+i es un aspecto en el cual deben concentrarse muchos de los esfuerzos en sus estrategias para el desarrollo de la bioeconomía. Históricamente la economía de estos países ha estado caracterizada por una baja productividad, asociada, entre otras causas, a la baja innovación, ausencia de políticas de desarrollo productivo eficientes con incentivos y beneficios tributarios, y la escasa diversificación productiva (BID, 2019).

Como es de esperar, uno de los factores necesarios para intensificar la I+D+i es aumentar la inversión que se realiza en este tipo de actividades. En Colombia, esto sigue siendo un gran reto. En el 2018 la inversión en actividades científicas, tecnológicas y de innovación, correspondió a la mitad del promedio regional con un 0,6% del PIB, y no se logró la meta del Plan Nacional de Desarrollo 2014- 2018 de llegar al 1% del PIB. Adicionalmente, en el 2016 sólo el 22% de empresas del sector manufacturero fueron clasificadas como innovadoras en sentido amplio, no estricto, y para el sector servicios en 2017, fue el 19%. Sumado a lo anterior, existen limitaciones de transferencia de conocimiento hacia el sector productivo y el sector público, debidas a que la mayoría de los investigadores en el país están vinculados a instituciones de educación superior (Consejo Privado de Competitividad, 2020).

Estas barreras de inversión en I+D+i se agudizan, si se da una mirada a los diferentes departamentos del país. Para el periodo de 2017-2019 tan sólo cinco departamentos (Bogotá, Cundinamarca, Antioquia, Santander y el Valle del Cauca), concentraron cerca del 83% de la inversión en I+D+i, lo que significa que en los 28 restantes la inversión apenas alcanza cerca del 17% en total (OCyT, 2020).

Si se espera que la bioeconomía se convierta en una vía de desarrollo regional sostenible, que además permita diversificar la economía, es necesario que se generen incentivos que motiven la inversión en I+D+i tanto del sector público como privado a nivel regional, y que se dinamicen las interacciones del ecosistema de ciencia, tecnología e innovación para que el conocimiento generado en universidades y centros de investigación, sea efectivamente transferido al tejido empresarial. Una adecuada inversión y gestión de estos recursos financieros, acompañado de un esfuerzo de I+D+i multidisciplinar acelerarán el proceso de construcción de un paradigma económico eficiente, robusto y viable. A todo esto, se le suma que, los conocimientos ancestrales y locales, no están siendo incluidos en los procesos de I+D+i que se desarrollan desde la academia y sectores productivos, debido a su desconocimiento y a las barreras en el manejo de la propiedad intelectual en estos casos. Lo anterior, genera inconvenientes en el diálogo de saberes y en el desarrollo de conocimientos y tecnologías propias desde lo ancestral y local.

Un requisito previo para el éxito de esta intensificación de I+D+i es la formación de talento humano en campos tan diversos como la química, la biología, la economía, la agronomía, la ingeniería y las ciencias sociales, ya que los aspectos relacionados con el desarrollo de una bioeconomía sostenible no se definen por disciplinas específicas, sino por problemas complejos que deben tratarse y resolverse de forma sistémica y multidimensional. Es decir que, si bien la investigación en bioeconomía puede partir del desarrollo o la optimización de los procedimientos y las tecnologías, es fundamental que esta trascienda a una posterior evaluación de sus impactos en la sociedad humana y el medio ambiente. Estos conocimientos generados serán fundamentales para abordar adecuadamente los problemas urgentes de sostenibilidad, desarrollo económico y preservación del medio ambiente (Sillanpää & Ncibi, 2017).

De acuerdo con lo anterior, impulsar la bioeconomía a nivel regional implica sumar esfuerzos de política pública en ambiente, educación, ciencia y tecnología, capacidades sociales, desarrollo empresarial, comercio y relaciones internacionales; acompañados de infraestructura habilitante para conectar la oferta de productos y servicios con mercados locales, nacionales e internacionales (Figura 3).


Figura 3. Interacciones de política pública deseadas para impulsar la bioeconomía.

La innovación transformativa como marco propicio para impulsar la bioeconomía en Colombia

Como se discutió anteriormente, la Ciencia, Tecnología e Innovación (CTeI) son parte fundamental para el desarrollo de la bioeconomía. Por tanto, el diseño de políticas en este frente es necesario para avanzar en su implementación. A nivel mundial, se ha identificado que las políticas de CTeI han estado determinadas principalmente por tres marcos (Figura 4). El primer marco enfatiza en la importancia del apoyo gubernamental a la I+D+i, para contribuir al crecimiento económico, priorizando la competitividad del sector productivo. Bajo este marco, se plantea que las consecuencias negativas o no intencionadas de los procesos de innovación, se amortiguan a través de regulaciones. El segundo marco, también presenta un énfasis en impulsar la competitividad, pero además fomenta la creación de vínculos, clusters y redes que estimulen el aprendizaje entre los elementos del sistema (e.g. aparato productivo, sistema educativo, sistema de CTeI) y faciliten el emprendimiento. Por lo cual, es conocido como Sistemas Nacionales de Innovación. En este segundo marco, también se espera que la regulación ayude a amortiguar los efectos no deseados de la innovación. Finalmente, el tercer marco hace un llamado al cambio transformativo, en el que, a diferencia de los dos marcos anteriores, se propone que la innovación esté direccionada a responder a desafíos sociales y ambientales (Schot & Steinmueller, 2018). Este tercer marco, es conocido como el de innovación transformativa.

Aunque no está del todo claro cómo diseñar, aplicar y evaluar las políticas de innovación transformativa, se pro- pone que la experimentación podría permitir generar el aprendizaje necesario que ayude a encontrar trayectorias para el cambio (Schot & Steinmueller, 2018). En este sentido, se pueden proponer experimentos que generen evidencia para el diseño de políticas o instrumentos de política, o generar conexiones con experimentos sociales, entre otros. El resultado de dichos experimentos, debe verse reflejado en alguno de los alcances transformadores de las intervenciones de política de innovación transformativa, tales como la construcción de nichos de innovación transformativa con éxito o la ampliación e integración de estos nichos (Schot et al., 2019).

Para impulsar la bioeconomía, este marco de innovación es propicio, ya que como se comentó anteriormente si bien es importante que esta sea productiva y competitiva, su etiqueta de economía sostenible implica contemplar impactos ambientales y sociales positivos. Además, este enfoque permite incorporar estrategias desde las bases (bottom-up) para generar transformaciones afines con los diferentes contextos regionales en Colombia (Schot et al., 2020). Esta perspectiva, estaría alineada entonces con las recomendaciones de la Misión Internacional de Sabios 2019, convocada por el Gobierno Nacional de Colombia, con el objetivo de aportar a la construcción e implementación de la política pública en educación, ciencia, tecnología e innovación, en la cual se propuso crear misiones emblemáticas relacionadas con tres grandes desafíos: Colombia biodiversa, Colombia equitativa y Colombia productiva.
Esto implica que este grupo de expertos también reconoció la importancia de que las políticas públicas de CTeI pretendan ir más allá de aumentos en competitividad.


Figura 4.La innovación transformativa en el marco de las políticas públicas de ciencia, tecnología e innovación. De acuerdo a Schot y Steinmueller (2018) las políticas públicas de ciencia, tecnología e innovación a nivel mundial se han desarrollado bajo tres diferentes marcos. Los marcos 1 y 2 se han orientado a impulsar la competitividad del sector productivo, a diferencia del marco 3 en el que se propone que la CTeI debe estar direccionada a responder a desafíos sociales y ambientales.

Partiendo de este marco conceptual, en la siguiente sección se discutirá cómo la bioeconomía basada en la biodiversidad nativa puede generar cambios transformativos que impacten positivamente a los ecosistemas estratégicos del país y a los medios de vida asociados a estos en las comunidades locales. La discusión se realizará en torno a un análisis de caso, como lo es el aprovechamiento de la especie arbórea comúnmente denominada guáimaro (Brosimum alicastrum) que actualmente realizan comunidades campesinas del municipio de Becerril (Cesar), se discutirán los cambios transformativos que se requieren, orientados hacia la sostenibilidad tanto del territorio como de los negocios y las cadenas de valor que se pueden originar, considerando retos y barreras que deben ser superadas.

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Cómo citar

Flórez-Zapata, N. M. ., Murcia López, M. A. ., & Arce Castellanos, L. P. . (2022). Bioeconomía y transiciones hacia la sostenibilidad. Biodiversidad En La Práctica, 7, e1119. https://doi.org/10.21068/26193124.1119
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